viernes, 21 de marzo de 2008

1985 - Azul y Negro: La historia de Mercado Común

Sabemos que estas notas sobre un álbum apenas se devoran en lectura. Menos si son largas. Aún así la historia de este «Mercado Común» vivió una gestación tan deslumbrante y apetitosa que quizá, en este caso, sí la devoremos.

Alrededor de cuarenta canciones se escribieron paca la selección del elepé. La mitad de ellas, poco más o menos, quedaron grabadas en maquetas de ocho pistas, La depuración costó veinte días, alguna discusión y un pecado agudo de responsabilidad.

Cuando quedaron las diez elegidas había que ponerlas un nombre y bautizarlas. Sólo una, «Miedo al teléfono», era intocable. La amenaza del infernal medio de comunicación era lo suficientemente irritable y terrible para su condición de intocable.

Un frío día de diciembre, en el Café Comercial de Madrid, Julián Ruiz le sugirió a Eduardo Haro Ibars la idea de que nuestro mejor poeta urbano escribiera una letra cínica, hipócrita y seductora sobre el manido y oportunista tema del «Mercado Común». Algo que desarmara sin violencia, con lucidez y sencillez, un tema que vamos incluso a detestar por manido, azaroso.

Diez días después, Haro Ibars entregaba una letra en clave de amor y cinismo sobre el «Mercado Común» Brillante, bella y poética daba con la clave exacta del «reggae» a lo Mar Menor. Estaban todos tan contentos que incluso ya había sido bautizado el álbum genéricamente.

Paralelamente, productor y artistas habían estudiado una lista de ingenieros ingleses con créditos maravillosos en sonidos. En la lista estaban John Hudson (Ultravox, Freur), Nigel Walker (Japan), Steve Tayler (The Fixx, Rupert Hine), Dave Jacob (McCartney, Bernard Edwards). Paul Ferguson, el amigo de Azul y Negro en Londres, tuvo esa lista a primeros de diciembre, Contestaba quince días después con el nombre de Jacob, en el estudio Advision, céntrico y vieja casa de los éxitos de Ray Thomas Baker. Por supuesto, en la elección había intervenido la mesa de grabación Solid State Logic, algo así como el Rolls-Royce en sonido.

Pero todavía quedaba más, mucho más. Un trabajo de reproducción que llevaría a productor y artistas a Barcelona, al nuevo estudio de José Maria Mainat, que es el maestro en zen del CMI-Fairlight. Exactamente allí se eligieron unos ciento veinte sonidos diferentes que se irían a utilizar en el estudio de Londres.

Entre ellos, los coros del ejército ruso para Helada Semilla», las flautas africanas para «Mercado Común», los metales de «Mar Menor», los ambientes orquestales de Wagner… Incluso se le había pedido a un especialista de efectos sonoros para el cine algunas cintas especiales. Por ejemplo, la máquina de escribir que se oye en «Números Rojos» como parte del ritmo! os diferentes teléfonos de «Miedo al teléfono», los portazos de «La Secta» o la industria sonora de «La Escapada».

Todos ellos quedaron capturados en la computadora del Fairlight. Y algunos otros más, como el «allo», que concedió gentilmente Rosa M. Sardá, o los infinitos efectos sonoros que tomaron de los veinte discos sin estrenar de José Antonio Abellán. Entre ellos los sónares de submarino para «Mar Menor» o los cañonazos de la primera Guerra Mundial para «Juego Criminal».

Entre los meses de enero y febrero por los estudios Advisión pasaron el Kurweill —escuchar la cuerda más real de «El arte que no se ve»—, Synclavier II —-maravillosos sonidos digitales—, la nueva Linn-9.000 —percusión de «Miedo al teléfono»— y una lista larguisima de tecnología que lograba su coronación con la magia de José Maria Mainat al programar el CM II Fairlight. Magia que tenía incluso a los ingenieros ingleses asombrados por la rapidez y brillantez de la programación.

Carlos y Joaquín, en fin, Azul y Negro, quisieron que nadie más tocara en el álbum. Cuando el trabajo estaba terminado, el ingeniero Dave Jacob confesaba su admiración por la calidad de los músicos. Sólo dos. Y bastaba.

A los ocho días de grabación, Chris Morton, autor de las portadas de Dire Straits, Theatre of Hate, Tom Verlaine, etc., por sólo citar las últimas, se había puesto en contacto con Julián Ruiz. Una vez más el productor explicó que ese «Mercado Común» para la portada tenía que ser cínico, hipócrita y seductor. Durante los últimos días de las mezclas finales, mientras que Julián Ruiz disfrutaba con nueve sistemas diferentes de eco y reverberación, unos siete delays analógico y digitales diferentes, Chris Morton se presentó con la portada de «Mercado Común» y con su flamante premio a la mejor portada del año por «Alchemy» de Dire Straits. Estaba doblemente contento y excitado.

La satisfacción, por el premio y el entusiasmo que se reflejaba en los rostros de artistas, director artístico de la compañía y productor El mapa de Europa había cambiado de colores, incluso de banderas. La ceremonia de la confusión del Mercado Común sólo acababa de comenzar y aún persiste cuando este disco vea la luz.

Pero Azul y Negro sí habían hecho un Mercado Común brillante. El otro, en fin, el otro es otra historia. Además, éste no cobra una entrada tan aburrida y melodramática como el de Bruselas.

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